ELENI
Historia basada en hechos reales
Los kurdos no tienen más amigos que las montañas dice un conocido proverbio kurdo, y no es para menos. Desde hace miles de años este pueblo de guerreros goza y sufre los violentos cambios de humor de la madre naturaleza; desde los gélidos y nevados inviernos entre los montes Tauro y Zagros, o el sofocante calor de las planicies en las faldas de las montañas, hasta el armónico sonido de los ríos Tigris y Éufrates en su camino entre montañas, desiertos y pantanos hasta su desembocadura en el mar. Miles de estas difíciles travesías es lo que les ha permitido sobrevivir en compañía de sus fieles rebaños de ovejas y cabras. Tras la Primera Guerra Mundial esta gente de las montañas ha sido perseguida, humillada, violada y asesinada por sus captores. Orcos vestidos de verde y caqui se han empeñado en hacer desaparecer su lengua, su música, sus símbolos, sus tradiciones, su dignidad. No lo han logrado.
Eleni tiene grandes ojos azules y cabellos dorados, ella viene de Grecia fascinada por este grupo de luchadores incomprendidos y generalmente ignorados. Lleva ya algunos días paseándose por los pueblos y ciudades del Kurdistán del sureste de Turquía y hoy llegó a Hakkâri, o como los kurdos la conocen Colemêrg. Colemêrg está asentada en una pequeña superficie plana, rodeada en su totalidad por colosales montañas pobladas por pequeños y medianos matorrales, que le dan una tonalidad que va de un verde intenso a un café sombrío. El paisaje rugoso está además adornado con profundas cicatrices por donde descienden de manera precipitada fríos riachuelos que provienen de lo alto de las cumbres nevadas. Las inclinadas pendientes – prácticamente verticales – forman alrededor de toda la localidad cientos, tal vez miles, de cascadas con agua cristalina, la cual, al chocar con las grandes y viejas rocas de los bordes, hace sonar una música que produce un eco al rebotar en cada una de las paredes de los montes hasta llegar a los oídos de los habitantes de la pequeña localidad. Para Eleni semejante espectáculo es amor a primera vista.
La casa de Serhat, su anfitrión, se sitúa en el centro de Colemêrg, poco pudieron platicar esta mañana ya que tuvo que salir a trabajar. Eleni revisa las fotos del día anterior y recuerda cada uno de los detalles del trayecto, se detiene en su favorita. Ésta la tomó en los alrededores, entre alguno de los senderos por el que pasaron en automóvil; una boda kurda. Los kurdos tienen una fama bien ganada de ser gente festiva, a la menor provocación hombres, mujeres, niños y ancianos se toman de las manos, forman un círculo y comienzan a bailar al solo ritmo de alguna poderosa voz. En la imagen de la cámara fotográfica se aprecia en primer plano, a decenas de mujeres sonrientes, con vestidos de todos los colores – rojos, negros, verdes, amarillos, blancos, violetas… – embellecidos por originales patrones geométricos, tomadas de las manos y realizando alguno de esos conocidos bailes tradicionales de la región. Unos cuantos metros atrás, un hombre rodeado por una multitud entusiasmada ondea una bandera con tres franjas horizontales de color rojo, blanco y verde, con un sol amarillo estampado en el centro; es la bandera del Kurdistán. Finalmente al fondo, se reconoce una de las montañas características de la zona. Eleni recuerda que al momento de tomar la fotografía tuvo en consideración que aquella celebración era castigada con fuerza por el Estado, que ondear la bandera del Kurdistán es algo por lo cual muchos hombres y mujeres han perdido la vida, y que por si fuera poco, muy probablemente algunos de los asistentes son o habían sido miembros activos de la guerrilla del PKK que, escondidos en estas mismas montañas, combaten al ejército turco desde la década de los años 1980. Sin embargo su acompañante local, muy emocionado, la convenció de guardar aquella bella escena en su aparato fotográfico pese a los peligros que conllevaría que esa cámara cayera en las manos equivocadas. Problem yok le decía.
Es un día muy soleado, no hay una nube en el horizonte, Eleni decide salir a caminar. La avenida principal es la única calle pavimentada en toda la localidad, el resto, caminos de tierra y grava repletos de perros, gatos, gallinas, cabras y manadas de niños que juegan con lo que su envidiable imaginación les permite. Como en todo el Kurdistán, cuando éstos ven a un extranjero lo persiguen unos cuantos minutos con actitud juguetona. Un poco harta de todo esto, Eleni acelera el paso para perderlos, y de la nada se encuentra con que comenzó a subir un sendero que lleva a un paso entre las montañas. Piensa que como el día está sumamente despejado puede ver un lindo paisaje en algún punto alejado del sendero. Pasa un puesto de control militar del ejército turco donde uno de los soldados le advierte de los peligros de la región por la presencia de terroristas. El recluta prácticamente la obliga a tomarse una foto a lado de la vereda, con un riachuelo de fondo. Un poco asustada, Eleni decide a los pocos pasos desviarse del camino para ver el atardecer. Saca de su pequeña bolsa algo de comer y mientras el sol se esconde tras las montañas disfruta de una vista panorámica increíble. Una pequeña ciudad rodeada de nieve, cascadas, riachuelos, árboles… un sueño. Comienza a oscurecer, y le surge la idea de regresar a la población, no sería buena idea perderse en el camino de regreso, menos aún con militares cerca.
Orada dur! Se escucha el sonido de un arma que acaba de ser cargada. Son los militares.
Eleni habla un poco de turco, pero no lo suficiente como para hacer frente con calma a estas despiadadas máquinas de matar. ¡Identifícate! ¿Qué haces aquí? ¿Qué traes en la bolsa? ¿Terrorista? Eleni trae en la bolsa un poco de dinero, una botella semi vacía con ayran y su cámara fotográfica, pero no su pasaporte. Trata de explicar la situación. Tras unos minutos uno de los soldados llega con una silla. Eleni es interrogada en la obscuridad, en algún punto de las montañas, sentada sobre esa silla. Cambio de guardia. Llega alguien con un rango superior. Pide la cámara fotográfica. Eleni sabe lo que hay en la memoria de dicha cámara, sabe que el panorama se vislumbra negro como la noche, y sin embargo intenta mantener la calma. Después de algunas horas, al parecer logró convencerlos de que es una turista griega, un poco loca por estar ahí, más no una terrorista.
El capitán ve las fotos de la boda, ve la bandera del Kurdistán, enojado pide explicaciones. ¿Si sabes que esa gente son terroristas? - le dice. Hace un acercamiento al hombre que sostiene la bandera. Le notifica a Eleni que ellos conservaran las fotografías. La turista griega más que preocupada ahora se siente culpable y estúpida.
Las cabezas de los uniformados no conciben por qué una turista griega visitaría el sureste del país, para ellos está región es inmunda. Le preguntan por qué no ha ido a İstanbul, a Ankara, a Antalya, a la costa del Mar Negro, al Lago Van, a Bursa, a Izmir, a Pamukkale, a Kapadokya, y un sinfín de lugares más. Eleni les responde que ya visitó todos estos lugares. En fin. Después de algunos minutos de hablar entre sí, los militares deciden devolver la cámara a su propietaria, aunque la obligan a borrar todas las fotos de su viaje. Tras seis horas de interrogatorio se puede ir, no obstante para evitar que la turista extranjera pueda sufrir algún susto mayor, deciden llevarla al centro de Hakkâri. No se puede negar. Eleni no es creyente, pero pese a eso le ruega hasta a Zeus para que no se la lleven a algún otro lugar.
Desde la parte trasera del automóvil, ve a los mismos niños que horas antes la perseguían en tono juguetón, ahora con piedras en las manos que lanzan sin temor alguno al vehículo oficial. Ve señora, le dice el capitán, nosotros estamos aquí para proteger a estos niños, y mire como nos reciben, es un pueblo de terroristas. A Eleni no le queda otra cosa más que asentir con la cabeza. El conductor se detiene en la avenida pavimentada, es un hecho, se puede ir.
La gente en las calles la mira con desconfianza. Eleni, un tanto desorientada, llega a la casa. Mientras su anfitrión sostiene un vasito de çay caliente en sus manos, Eleni le narra la historia. Serhat se ríe y explica:
No es la primera vez que esto le sucede a algún extranjero en Colemêrg, le pasó a mi huésped anterior. Él no hablaba turco. El interrogatorio lo hicieron con ayuda de Google translate.
Los kurdos no tienen más amigos que las montañas dice un conocido proverbio kurdo, y no es para menos. Desde hace miles de años este pueblo de guerreros goza y sufre los violentos cambios de humor de la madre naturaleza; desde los gélidos y nevados inviernos entre los montes Tauro y Zagros, o el sofocante calor de las planicies en las faldas de las montañas, hasta el armónico sonido de los ríos Tigris y Éufrates en su camino entre montañas, desiertos y pantanos hasta su desembocadura en el mar. Miles de estas difíciles travesías es lo que les ha permitido sobrevivir en compañía de sus fieles rebaños de ovejas y cabras. Tras la Primera Guerra Mundial esta gente de las montañas ha sido perseguida, humillada, violada y asesinada por sus captores. Orcos vestidos de verde y caqui se han empeñado en hacer desaparecer su lengua, su música, sus símbolos, sus tradiciones, su dignidad. No lo han logrado.
Eleni tiene grandes ojos azules y cabellos dorados, ella viene de Grecia fascinada por este grupo de luchadores incomprendidos y generalmente ignorados. Lleva ya algunos días paseándose por los pueblos y ciudades del Kurdistán del sureste de Turquía y hoy llegó a Hakkâri, o como los kurdos la conocen Colemêrg. Colemêrg está asentada en una pequeña superficie plana, rodeada en su totalidad por colosales montañas pobladas por pequeños y medianos matorrales, que le dan una tonalidad que va de un verde intenso a un café sombrío. El paisaje rugoso está además adornado con profundas cicatrices por donde descienden de manera precipitada fríos riachuelos que provienen de lo alto de las cumbres nevadas. Las inclinadas pendientes – prácticamente verticales – forman alrededor de toda la localidad cientos, tal vez miles, de cascadas con agua cristalina, la cual, al chocar con las grandes y viejas rocas de los bordes, hace sonar una música que produce un eco al rebotar en cada una de las paredes de los montes hasta llegar a los oídos de los habitantes de la pequeña localidad. Para Eleni semejante espectáculo es amor a primera vista.
La casa de Serhat, su anfitrión, se sitúa en el centro de Colemêrg, poco pudieron platicar esta mañana ya que tuvo que salir a trabajar. Eleni revisa las fotos del día anterior y recuerda cada uno de los detalles del trayecto, se detiene en su favorita. Ésta la tomó en los alrededores, entre alguno de los senderos por el que pasaron en automóvil; una boda kurda. Los kurdos tienen una fama bien ganada de ser gente festiva, a la menor provocación hombres, mujeres, niños y ancianos se toman de las manos, forman un círculo y comienzan a bailar al solo ritmo de alguna poderosa voz. En la imagen de la cámara fotográfica se aprecia en primer plano, a decenas de mujeres sonrientes, con vestidos de todos los colores – rojos, negros, verdes, amarillos, blancos, violetas… – embellecidos por originales patrones geométricos, tomadas de las manos y realizando alguno de esos conocidos bailes tradicionales de la región. Unos cuantos metros atrás, un hombre rodeado por una multitud entusiasmada ondea una bandera con tres franjas horizontales de color rojo, blanco y verde, con un sol amarillo estampado en el centro; es la bandera del Kurdistán. Finalmente al fondo, se reconoce una de las montañas características de la zona. Eleni recuerda que al momento de tomar la fotografía tuvo en consideración que aquella celebración era castigada con fuerza por el Estado, que ondear la bandera del Kurdistán es algo por lo cual muchos hombres y mujeres han perdido la vida, y que por si fuera poco, muy probablemente algunos de los asistentes son o habían sido miembros activos de la guerrilla del PKK que, escondidos en estas mismas montañas, combaten al ejército turco desde la década de los años 1980. Sin embargo su acompañante local, muy emocionado, la convenció de guardar aquella bella escena en su aparato fotográfico pese a los peligros que conllevaría que esa cámara cayera en las manos equivocadas. Problem yok le decía.
Es un día muy soleado, no hay una nube en el horizonte, Eleni decide salir a caminar. La avenida principal es la única calle pavimentada en toda la localidad, el resto, caminos de tierra y grava repletos de perros, gatos, gallinas, cabras y manadas de niños que juegan con lo que su envidiable imaginación les permite. Como en todo el Kurdistán, cuando éstos ven a un extranjero lo persiguen unos cuantos minutos con actitud juguetona. Un poco harta de todo esto, Eleni acelera el paso para perderlos, y de la nada se encuentra con que comenzó a subir un sendero que lleva a un paso entre las montañas. Piensa que como el día está sumamente despejado puede ver un lindo paisaje en algún punto alejado del sendero. Pasa un puesto de control militar del ejército turco donde uno de los soldados le advierte de los peligros de la región por la presencia de terroristas. El recluta prácticamente la obliga a tomarse una foto a lado de la vereda, con un riachuelo de fondo. Un poco asustada, Eleni decide a los pocos pasos desviarse del camino para ver el atardecer. Saca de su pequeña bolsa algo de comer y mientras el sol se esconde tras las montañas disfruta de una vista panorámica increíble. Una pequeña ciudad rodeada de nieve, cascadas, riachuelos, árboles… un sueño. Comienza a oscurecer, y le surge la idea de regresar a la población, no sería buena idea perderse en el camino de regreso, menos aún con militares cerca.
Orada dur! Se escucha el sonido de un arma que acaba de ser cargada. Son los militares.
Eleni habla un poco de turco, pero no lo suficiente como para hacer frente con calma a estas despiadadas máquinas de matar. ¡Identifícate! ¿Qué haces aquí? ¿Qué traes en la bolsa? ¿Terrorista? Eleni trae en la bolsa un poco de dinero, una botella semi vacía con ayran y su cámara fotográfica, pero no su pasaporte. Trata de explicar la situación. Tras unos minutos uno de los soldados llega con una silla. Eleni es interrogada en la obscuridad, en algún punto de las montañas, sentada sobre esa silla. Cambio de guardia. Llega alguien con un rango superior. Pide la cámara fotográfica. Eleni sabe lo que hay en la memoria de dicha cámara, sabe que el panorama se vislumbra negro como la noche, y sin embargo intenta mantener la calma. Después de algunas horas, al parecer logró convencerlos de que es una turista griega, un poco loca por estar ahí, más no una terrorista.
El capitán ve las fotos de la boda, ve la bandera del Kurdistán, enojado pide explicaciones. ¿Si sabes que esa gente son terroristas? - le dice. Hace un acercamiento al hombre que sostiene la bandera. Le notifica a Eleni que ellos conservaran las fotografías. La turista griega más que preocupada ahora se siente culpable y estúpida.
Las cabezas de los uniformados no conciben por qué una turista griega visitaría el sureste del país, para ellos está región es inmunda. Le preguntan por qué no ha ido a İstanbul, a Ankara, a Antalya, a la costa del Mar Negro, al Lago Van, a Bursa, a Izmir, a Pamukkale, a Kapadokya, y un sinfín de lugares más. Eleni les responde que ya visitó todos estos lugares. En fin. Después de algunos minutos de hablar entre sí, los militares deciden devolver la cámara a su propietaria, aunque la obligan a borrar todas las fotos de su viaje. Tras seis horas de interrogatorio se puede ir, no obstante para evitar que la turista extranjera pueda sufrir algún susto mayor, deciden llevarla al centro de Hakkâri. No se puede negar. Eleni no es creyente, pero pese a eso le ruega hasta a Zeus para que no se la lleven a algún otro lugar.
Desde la parte trasera del automóvil, ve a los mismos niños que horas antes la perseguían en tono juguetón, ahora con piedras en las manos que lanzan sin temor alguno al vehículo oficial. Ve señora, le dice el capitán, nosotros estamos aquí para proteger a estos niños, y mire como nos reciben, es un pueblo de terroristas. A Eleni no le queda otra cosa más que asentir con la cabeza. El conductor se detiene en la avenida pavimentada, es un hecho, se puede ir.
La gente en las calles la mira con desconfianza. Eleni, un tanto desorientada, llega a la casa. Mientras su anfitrión sostiene un vasito de çay caliente en sus manos, Eleni le narra la historia. Serhat se ríe y explica:
No es la primera vez que esto le sucede a algún extranjero en Colemêrg, le pasó a mi huésped anterior. Él no hablaba turco. El interrogatorio lo hicieron con ayuda de Google translate.