ELENI (abril 2015) |
Los kurdos no tienen
más amigos que las montañas dice un conocido proverbio kurdo, y no es para
menos. Desde hace miles de años este pueblo de guerreros goza y sufre los
violentos cambios de humor de la madre naturaleza; desde los gélidos y nevados
inviernos entre los montes Tauro y Zagros, o el sofocante calor de las
planicies en las faldas de las montañas, hasta el armónico sonido de los ríos
Tigris y Éufrates en su camino entre montañas, desiertos y pantanos hasta su
desembocadura en el mar. Miles de estas difíciles travesías es lo que les ha
permitido sobrevivir en compañía de sus fieles rebaños de ovejas y cabras. Tras
la Primera Guerra Mundial esta gente de
las montañas ha sido perseguida, humillada, violada y asesinada por sus
captores. Orcos vestidos de verde y caqui se han empeñado en hacer desaparecer
su lengua, su música, sus símbolos, sus tradiciones, su dignidad. No lo han
logrado. Leer más
|
Una visita al Kurdistán (2015) |
Hace muchos miles de años, en las fértiles tierras mesopotámicas situadas entre los ríos Tigris y Éufrates en las faldas de los altos montes Zagros y Tauro, vivían en cientos de aldeas regadas por toda la región un gran número de campesinos y ganaderos. Estos cultivaban el mismo suelo donde surgió la agricultura hace unos 10 000 años, y entre las montañas, paseaban a su ganado en busca de mejores pastos. En lo alto de uno de los picos de los montes Zagros se situaba un castillo, en donde vivía el tirano Dehaq. Dehaq era un rey-serpiente maldecido por el demonio Ehrîman. Dicho espíritu maligno hizo que crecieran de los hombros de Dehaq dos enormes serpientes negras, cada vez que éstas tuvieran hambre el rey-serpiente experimentaría un intenso dolor. Las serpientes debían ser alimentadas con cerebros de jóvenes niños y niñas de las aldeas aledañas al castillo, por lo que durante todo su reinado dos víctimas eran ejecutadas día con día para saciar su hambre. Así transcurrió el tiempo, algunos dicen que el reino de terror de Dehaq duró mil años durante el cual el sol se negó a salir y, por consiguiente, las fértiles tierras mesopotámicas dejaron de serlo. El paisaje se tornó frío y oscuro, y la otrora próspera población mesopotámica que vivía en armonía con los suelos, las plantas, los animales, los ríos y las montañas de la región cayó en desgracia. Leer más
|